2 de diciembre de 2018

Como agua para chocolate, Laura Esquivel


En una época en la que tendemos a creer a pies juntillas todo lo que nos muestran desde los medios de comunicación —haciendo el efecto contrario las más de las veces— y los libros de texto que muchas veces se olvidan de mostrarnos el amplio abanico de escritores que se prodigan en los distintos géneros repitiendo hasta la náusea los mismos nombres, desgastados tal vez por exceso de uso, hoy me gustaría mostraros, si es que no lo sabéis ya, que en el Realismo mágico hay más nombres aparte de Gabriel García Márquez, Horacio Quiroga o Carlos Fuentes entre otros —sin denostarles, naturalmente, porque es obvio que lo suyo tienen cuando se les tiene en tales pedestales. 
El problema es que por encumbrar a unos nos olvidamos de otros escritores cuya trayectoria literaria es tan buena como la de los recordados. Y este es, para mí, el caso de Laura Esquivel, una escritora mexicana que en este libro que os traigo hoy establece la relación que existe entre lo de más allá, lo sobrenatural, y lo de más acá, lo humano, a través de la historia y los amores de una mujer fronteriza.
Es el tiempo de la Revolución mexicana y la laxitud de las normas brilla precisamente porque está en su máximo apogeo, y esto también sucede en los amores. La madre de nuestra protagonista, cual Bernarda Alba a lo mexicano, separa a Tita de su amor para juntarlo con su hermana, y es el conjunto de recetas de cocina y las metáforas usadas para reflejar los estados de ánimo y relacionadas con ellas las que hacen reír o llorar hasta los más fatales desenlaces que puedan imaginarse.
Ya no es solo la separación, porque la pérfida madre consigue no solo la boda, sino que se vayan del país, también es la muerte del hijo de su hermana y su eterno amor el que la termina de quebrar estallando como un globo de papel, y es al final de todo la exaltación de las pasiones y la muerte quienes ganan de mano cualquier partida perdida en el pasado.
Esta tragicomedia moderna ambientada en épocas convulsas y confusas merece un puesto en el estante de cualquier librería que se precie. La risa acompaña al llanto de la mano allí donde la muerte se celebra como santa y se la venera. Es la dicotomía de lo doloroso y la distensión que son caras de la misma moneda, y el destino que parece querer vengarse de Tita a lo largo de su vida por motivos desconocidos parece tener piedad en tanto que le permite culminar lo deseado durante tanto tiempo, aunque se lo arrebate después de la forma más cruel.
Si fuera creyente, si fuera Tita, diría que Dios juega a los dados, dijeran lo que dijeran.

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