11 de agosto de 2019

La sonrisa etrusca, José Luis Sampedro


Creo que José Luis Sampedro es uno de esos autores a los que odias o amas si te fijas en algo más que en su literatura. 
Él daba buen uso a su fama y se comprometía con causas más o menos perdidas que muchos temen aceptar por miedo a determinado tipo de represalias, léase menor venta o cualquier cosa que se pase por las cabezas respectivas. 
Al margen de estas circunstancias que en poco aquí nos atañen hoy os traigo el que quizá sea el libro que se asociará eternamente a su nombre, uno de aquellos que le dieron fama internacional y que se alejaba del campo económico en el que había desarrollado su profesión antes de acercarse a la literatura. 
Nuestro protagonista es Salvatore, al que todos llaman Bruno, sobre todo sus viejos camaradas partisanos. Él es un anciano cabezota —como todos a esa edad supongo, a esas alturas de la vida ya no consienten, o no quieren, que nadie les maneje lo que les quede por vivir— que va a casa de su hijo para que le traten una enfermedad que es, por desgracia, mortal.
Lo que no espera Bruno es que a pesar de todo lo que gruñó para que no le movieran de su tierra calabresa a la que tiene tantísimo amor es que encontraría un amor aún más grande y, sobre todo, nuevo, el que siente por su nieto, también Bruno, que le hará más fácil el tránsito y que le descubrirá nuevas facetas, nuevos momentos en los que no creía porque pensaba que no los iba a conocer.
Y allí, en Milán, también encuentra otra pasión, este caso por una mujer, quizá la última, que le dará un poquito de más sentido a su vida.
Con este cuadro casi costumbrista, por decirlo de alguna forma, Sampedro también ofrece dos realidades distintas: la del pasado, la de la juventud de Bruno, en la guerra y con los partisanos, y la del presente de su hijo y de su nuera, que a su vez se dividen de otra forma, Bruno en su Calabria natal, ruda y campestre y no exenta de encantos y Renato, su mujer y el pequeño Brunettino en el Milán más urbano y moderno.
No sé si he sabido expresar todo lo que es la obra, en todo lo que consiste, pero sí os puedo decir que siempre que la leo me hace sentir, con todas sus letras.
Es de nuevo un libro-llorera, como yo los llamo, un libro que te remueve cada fibra del cuerpo porque es una historia de amor tan profunda, tan profunda, que acaba doliendo.
Nosotros vamos cambiando con los cambios que sufre Bruno, aunque por suerte no son tan drásticos en nuestro caso.
Cuando llegué al final, un final que sin duda se advierte casi desde la primera página —no os lo voy a negar— me di cuenta de que cuántas veces hacemos un mundo de lo que nos toca vivir y muchas de esas veces son cosas que, aunque nos parezcan tremendas, en realidad no lo son tanto, y no somos capaces de notar, de apreciar todo lo que tenemos y todo lo que somos, y creo que de cuando en cuando no viene mal tampoco hacer que algo, en este caso un libro, sea capaz de removernos aunque sea un ratito y nos haga mejor persona. 

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