No es la simple segunda parte de «No digas que fue un sueño», que ya os traje hace unos meses, no.
Es la historia de lo que sucede tras la muerte de Antonio y Cleopatra, de cómo sus hijos van a Roma con Octavia, la esposa de Antonio, mientras Alejandría cae en manos del Imperio.
Esta vez la acción no se centra en la provincia romana de Egipto propiamente, si bien sigue siendo el telón de toda la obra.
Esta vez la historia se desarrolla en la Mauritania de la época donde Cleopatra Selene, hija de los desdichados amantes, se casará con su rey.
Allí, el jardinero, Fedro, se convierte en el motor de la novela y centra la profunda búsqueda espiritual que le guía hacia adelante, constituyendo otra muestra —maravillosa, por cierto— de lo que para el grandísimo Terenci Moix significaba y tenía de necesario lo iniciático en el discurrir de la vida de sus personajes y, trasladado, a todo ser humano.
Los destinos y las pasiones vuelven a jugar a las cartas guiados por los detalles y los pequeños momentos de inspiración propia, lejanos de la historia fidedigna, porque qué sería una novela sin imaginación, ¿no creéis?
En lugar de desmerecerla, dan a la obra un ritmo ameno de lectura, algo que para mí, personalmente me hace tener ganas de devorarla de principio a fin.
Roma seguirá adueñándose de todo a cualquier precio, da igual las vidas que tenga que arrasar o los poblados que tenga que subyugar.
Roma ha de ser grande, y si para ello ha de usar a sus más egregios ciudadanos de forma que actúen como meras marionetas a su antojo lo hará.
Siempre que la leo esta novela me recuerda al desierto.
Podría pensarse que es algo obvio si tenemos en cuenta la localización, donde se desarrolla el nudo de la novela, pero pienso que es más por la forma de narrar que tiene Moix, en la que se ve la pasión que tenía por Egipto y la manera en que consigue que te traslades en el tiempo y en el espacio hasta convertirte en un personaje secundario más.
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