9 de diciembre de 2019

Divina comedia, Dante Alighieri


Ahora mismo me encuentro en una suerte de pausa entre exámenes, y, de repente, entre el puente, las fiestas que se acercan —y que temo— y demás todo se ha rodeado de una extraña pereza que golpea cada recodo de la vida. 
Hace no mucho llegó a mis manos un libro en cuyas primeras páginas había una pequeña referencia a la literatura italiana y, cómo no, a este maravilloso libro —toda una declaración de intenciones si me preguntáis— del magnífico Dante Alighieri, padre y parte ineludible de gran parte —valga la redundancia—, si no toda, de la literatura posterior italiana y universal. 
Construida como un poema teológico y simbólico —y digo simbólico por la constante simbología y la afluencia del número tres durante toda la obra: está escrita en tercetos, hay tres personajes principales —el propio Dante, su amada Beatriz, a quien va a buscar, y Virgilio, el poeta y guía del autor durante su viaje—, está dividida en tres partes —Infierno, Purgatorio y Cielo— y, cada una de ellas, excepto la primera, está dividida en treinta y tres cantos y, si bien podría considerarse análoga a la esencia trina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, debemos tener en cuenta la peculiar relación que tuvo Dante con la religión.
Lo que está claro es que es un recorrido expurgatorio y preludio de lo que vendrá posteriormente en la literatura influida por él mismo o por el no menos grande Petrarca
Es una obra densa y profundamente reveladora si estamos atentos a los símbolos en tanto las relaciones extendidas a lo largo de ella son una muestra de una realidad dolorosa que bien podría equipararse a la búsqueda de Eurídice en el Hades por parte de Orfeo. Es un camino, además, de expiación de culpas terrenales que atormentan al poeta que, usando un símil de la obra, se encuentra en un profundo bosque del que debe salir.
Los sentimientos preludian la época literaria posterior que, aunque no abandona del todo lo relacionado con Dios, empieza a dejar de ser el centro para erigir lo humano como fuente y origen de toda motivación.
Se han hecho, por supuesto, infinitas versiones, pero me quedo con la que hizo el historietista español Jan en clave de humor. Para quienes no conozcáis más o menos su obra Jan es el creador del superhéroe por excelencia, Superlópez, y es en su cómic «El Infierno» donde los círculos y la influencia de Dante quedan más que patentes, y esta es una de las razones por las que me encanta Superlópez. Jan no utiliza solo ideas propias, que también, sino que utiliza elementos literarios para acercarlos al público joven —y no tan joven—, como por ejemplo en este cómic que os menciono. 
En definitiva, aunque a primera vista y por lo que he mencionado de la simbología imperante a lo largo de la Comedia pueda parecer inaccesible os recomiendo que le deis una oportunidad. Al principio quizá os quedaréis con lo superfluo, pero es cuestión de iniciar el camino igual que hizo Dante y encontrar a vuestro Virgilio. 

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