18 de diciembre de 2019

Frankenstein, Mary Shelley

«Frankenstein o el moderno Prometeo».
Ya solo el título arrastra unas connotaciones mitológicas deliciosas en la figura del, en mi opinión, primer filántropo de la historia, el que roba el fuego de los dioses para dárselo a los humanos, Prometeo
Iluminador, ¿eh?
Creo que por eso me gusta, pullas aparte, porque representa mucho más que la relación con la divinidad, sino que es protagonista el propio chispazo de electricidad que da vida al «monstruo» —y lo entrecomillo porque, ¿quién es el monstruo en realidad? ¿es monstruo tras el rechazo de la humanidad y de su creador o lo es desde antes?— del que trata esta novela que hoy os traigo por puro deleite personal. 
Si dijera que Mary Shelley la publicó con apenas veintiún años y desconocéis este dato quizá podríais empezar a sorprenderos. 
Demostrado queda que era un auténtico genio literario y que sentó las bases de un género que aún hoy se estira y expande por doquier.
Lo paradójico es que no es solo el género, sino que a día de hoy es el engendro creado por Victor Frankenstein o una referencia suya el que se encuentra en cualquier recreación terrorífica que se precie. Quién no recuerda la figura desgarbada y popularizada por Hollywood —entre otros— de los tornillos a cada lado del cuello.
Es el experimento del joven doctor Frankenstein, que, deseoso de descubrir el alma del hombre, crea con cadáveres un monstruo al que una chispa eléctrica le infunde vida y aterrorizado de su propia creación huye, y tras este rechazo de su creador, así como del entorno, despierta en el monstruo el sentimiento de rencor y la venganza, convirtiéndole esto en más humano que la propia chispa de vida. Y decidido a acabar con su creación le persigue hasta su muerte, en la que el mal llamado monstruo desiste de sus crímenes en una confesión cuya humanidad, en el sentido más estricto de la palabra, queda patente, demostrando que él en realidad no era el monstruo. ¿No os recuerda en cierto modo a Lucifer, otro portador de luz, que rechazado por Dios, su creador, y expulsado del paraíso decide vengarse porque él es el hijo rechazado del Padre? A mi mente viene la maravillosa obra de Alexandre Cabanel, llena de rabia, rencor y odio, pero también de miedo y de humanidad pura. 
Creo que, además de altamente recomendable, es una novela de la que se pueden extraer muchas enseñanzas, y quizá ahí radique la causa de su éxito y no únicamente ser de las pioneras en su género.
Lo más importante es reconocer que somos las consecuencias de nuestros propios errores y que asumirlos es la forma de enmendarlos, pero siempre recordando que asumir no es destruir. La moralidad está patente a lo largo de toda la obra.
Quizá lo que le faltó al joven doctor Frankenstein fue la humildad de reconocer que se equivocó y no detener la experimentación durante su periplo; quizá debió aprender del monstruo que, rechazado, marginado y denostado a causa de su diferencia, decidió defenderse de la única forma que sabía, sin que esto le hiciera perder un ápice de la humanidad que creía no tener.

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