23 de diciembre de 2019

Trópico de Capricornio, Henry Miller


Si el otro día —el mes pasado, madre mía— os traía lo que constituía esta especie de compendio autobiográfico de Henry Miller hoy lo cierro con este otro Trópico. 
Como en el anterior, seguimos con las peripecias de un alter ego de Miller que recorre esta vez su juventud en Nueva York, su vida personal, su trabajo y todas las obsesiones que golpean su mente y que no le abandonan, casi como los gatos a Murakami
Y de nuevo la sordidez, el dolor tan extremo que solo produce indiferencia, los excesos y la duda existencial que es omnipresente.
Miller pensaba que el futuro de la literatura estaba en lo autobiográfico, no sé si porque sabía que el ser humano es morboso y cotilla por naturaleza en mayor o menor grado o porque sabía que todos los demás géneros estaban casi sobreexplotados, que la biografía era una rara avis y que el punto de vista del biografiado es quizá el más importante, pues es el único que tiene la certeza absoluta que le permite la memoria, y su obra al completo es hija de este convencimiento, aunque ya sabéis que pienso que cualquier libro, salvo los de carácter técnico, claro, tiene mucho de su autor, sea en el monólogo o personificado en algún personaje que pulule por la historia.
¿Recordáis que el otro día os hablaba de ese pesimismo existencial que se desprende de la obra? 
Pues esta vez os dejo una frase que he extraído de su lectura y que, a mi parecer, la ilustran a la perfección: «El sistema entero estaba tan podrido, era tan inhumano, tan asqueroso, tan irremediablemente corrompido y complicado que habría hecho falta un genio para darle un poco de sentido o poner orden en él [...]».
Creo que si hubiera leído este libro de adolescente habría colapsado, o tal vez no sería la misma que soy hoy, ahora, en este instante. 
Y a veces pienso que quizá no hubiera sido tan malo no serlo. 

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