Hace tiempo que no os traigo un cuento, y creo que hace aún más que no os traigo uno de terror; así que mientras buscaba algo que leer, me topé hace unos días con este maravilloso cuento del maestro del terror gótico por excelencia, Edgar Allan Poe.
A pesar de que hoy en día estamos tan saturados y tan bombardeados con violencia y terror que cada vez se supera a sí mismo, este relato de mediados del siglo XIX sigue produciéndome inquietud cada vez que lo leo.
No sé si se trata de la naturaleza humana que ante la enfermedad y la muerte sigue viéndose asaltada o si soy demasiado aprensiva; lo que no pongo en duda es la calidad de este cuento que, en sólo seis páginas, es capaz de conseguir su objetivo.
En una antigua región gobernada por el príncipe Próspero, que a semejanza de los príncipes de su tiempo —y creo que aún los de ahora— disfruta con copiosos banquetes, arte, música y los más diversos placeres, una devastadora peste, conocida como la Muerte Roja, destruye todo a su paso, dejando tras ella un reguero de muerte y destrucción.
Tras conocer la terrible noticia, se encierra en su castillo con un selecto grupo de nobles para escapar de los efectos de esta enfermedad mientras la ciudad se sume en el más absoluto caos de devastación. Una noche, decide organizar el mejor baile de máscaras jamás llevado a cabo, en siete aposentos de su castillo, cada uno de un color con su vidriera del mismo exceptuando la negra, cuyas vidrieras son rojas como la sangre. Todos se pasean por todos los aposentos, excepto por la habitación negra, en la que un reloj marca fantasmagóricamente las horas, sumiendo a los invitados en el terror más absoluto; es entonces cuando el príncipe se fija en uno de los invitados, vestido de blanco con una máscara que representa a la Muerte Roja. Sintiéndose insultado, le persigue hasta la habitación negra, donde se revela como la personificación de esta enfermedad cruel y hace justicia.
Teniendo en cuenta la ambientación y la época en la que esta maravilla ve la luz, se aprecia que es una alegoría brutal y clara de la repercusión que tienen los vicios sobre la moral y la vida humana, pero también, como una suerte de justiciera, la Muerte Roja requiere lo que es suyo y estaba escrito, dejando claro que nadie es inmune a ella y que da igual el estrato o la ocultación; al fin y al cabo, se lleva a todos por igual sin importar el resto.
Ya lo decía Manrique, la muerte nos iguala a todos.
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