26 de septiembre de 2021

La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson


Ya sé que a estas alturas del año esto parece el blog de las aventuras literarias, pero qué se le va a hacer, mi alma bibliófila se ha decantado por cosas así, supongo que en un intento de hacer que me desconectara de verdad de todo aquello que me ha tenido absorbida todo el año. 
Y también sé que la vergüenza de mi bibliofilia queda a la altura del betún cuando hace muchísimo tiempo que comencé las andadas literarias en este blog mostrándoos mi humilde biblioteca y todavía no había hecho mi personalísima revisión de uno de los grandes clásicos de la literatura universal. 
Creo que esta novela de Robert Louis Stevenson —al que conoceréis también por «El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde», que queda apuntada mentalmente para revisar y traer para rellenar este anaquel cada vez más completo— es de las primeras de las que una persona que lea más o menos regularmente o tenga acceso a información de este tipo lee por sus muchísimas versiones, tanto literarias como cinematográficas como alegóricas; y es esta influencia y su forma innovadora de acceder a mundos exóticos y temerarios que estaban fuera del alcance de la sociedad de su época salvo en relatos que venían de ultramar la que le otorga una fama clara y abiertamente merecida. 
Y siendo heredera de su época precisamente, no está exenta de metáforas que se adhieren a una crítica social y moral no expresadas de forma abierta, sino que podemos hacernos eco a través de la descripción psicológica de los personajes y de sus actos, que, en cierto modo, están ahí para que los juzguemos, tal vez inconscientemente. 
Lo curioso es que no fue una de esas novelas que se revalorizan con el tiempo y el cristal de los años, sino que desde su edición fue famosa entre las gentes de cualquier estructura social, e incurrió en la novedad de anexar un mapa a la novela, como guía y como sustento de las palabras escritas, para hacer que los lectores se convirtieran en un pirata más de la historia y conseguir que les atrapara totalmente el argumento. 
Esto y las demás descripciones supusieron el establecimiento, en cierto modo, de los parámetros que debía seguir un pirata para ser considerado uno, prototipos y caracterizaciones que llegan hasta nuestros días. 
Podría decirse que, prácticamente hasta esta novela, no caló hondo en la imaginería popular cómo debían ser aquellos hombres malvados que surcaban los mares y que asaltaban barcos para hacerse con sus riquezas, esos pendencieros que eran los amos de las olas y de las tormentas y que se escondían en islas para que las autoridades —en la mayoría de ocasiones tan corruptas como ellos— no les capturasen. 
Yo siempre la recomiendo encarecidamente, y no sólo a los niños y a los jóvenes que empiezan sus andaduras en el mundo bibliófilo, sino también para aquellos que deseen pasar un rato agradable y disten de ser aquellos jovenzuelos en los que la imaginación primaba sobre todas las cosas.

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