16 de abril de 2019

Virginia Woolf, Michèle Gazier y Bernard Ciccolini


Hace bastante tiempo que no os traigo una novela gráfica bibliográfica —sí, me ha gustado el soniquete— y he pensado que ya iba siendo hora, aunque se trate de una que me produjo sentimientos encontrados.
Y digo sentimientos encontrados porque, a pesar de que soy una enamorada de Virginia Woolf y de su obra y de que me ilusionó tremendamente saber que existía esta biografía tan particular y corrí a comprarla, no sé si fue el hecho de que me supo a poco y que encontré que divagaba demasiado —y sé que divagar no siempre es malo, yo misma divago como una condenación y suelen recordármelo con relativa frecuencia—, pero aunque me gustó no me terminó de llenar del todo, algo que sí sucedió con la de Kafka, por ejemplo, una novela gráfica que os traeré el mes que viene si la vida no me lleva por otros derroteros.
Quizá es que el libro, cuya edición es indiscutiblemente preciosa —como todas las de Impedimenta, y no, Impedimenta no me paga ni me provee—, es tan controvertido como la figura de la que habla y precisa de más de una relectura para poder asentar en el lector su grandeza.
No os desvelo nada si os digo que es, obviamente, un repaso a la vida y obra de tan genial escritora y ahonda en detalles que, por lo menos para mí, algunos me eran desconocidos, detalles que hacen que acabes comprendiendo el cómo y el por qué de las decisiones y las letras de Virginia, hasta la de entregarse al río con piedras en los bolsillos.
Pero desde luego no es esta imagen, la que, por desgracia, es casi la única que se recuerda y poco más, la que recorre la novela gráfica que os traigo hoy.
Como digo, el diablo está en los detalles, unos detalles que nos acercan a lo más personal de una escritora que fue para su época —y para la nuestra— un revulsivo y un estandarte de ideas; y resulta que Michèle Gazier y Bernard Ciccolini nos acercan a otra faceta de Virginia, a la más optimista —quizá me ha parecido hasta demasiado optimista, pero puede que sea por la imagen sesgada que todos tenemos de personas como ella o Alejandra Pizarnik, por poner un ejemplo—, la juvenil y despreocupada Virginia, la que se estaba empezando a formar y ser lo que fue, incluyendo un repaso a su vida editorial.
Lo único malo es que tal vez la haya idealizado y en ocasiones los autores la presentan tan despreocupada que la hacen banal y eso es algo que no me cuadra precisamente en ella.
Puede ser curioso comprobar cómo estamos de equivocados respecto a alguien o algo, cuán poco conocemos y cuánto creemos conocer, así que os invito a que lo leáis y que os desconcierte.
Al fin y al cabo un poco de confusión no viene mal de vez en cuándo, ¿no creéis?

No hay comentarios: