22 de febrero de 2020

La larga marcha, Stephen King



Publicado originalmente bajo el pseudónimo de Richard Bachman, Stephen King explora otro aspecto del terror, en este caso, más bien con tintes distópicos, para acercarnos esta vez al futuro más sórdido.
En el futuro, como os comentaba, las cosas no son en apariencia tan bonitas como se supone que son.
Estados Unidos ahora es abiertamente autocrático y despótico, ya no necesita disimular ante las demás potencias.
Es un estado policial y ultraconservador que organiza periódicamente un concurso perverso consistente en una caminata, la larga marcha, en la que se selecciona por azar a cien personas y estas deberán hacer lo que sea por sobrevivir.
En el caso del ganador, es decir, del superviviente, ya que sólo uno puede quedar vivo, recibirá premios, fama y todo lo que pida, pero para convertirse en el vencedor tendrá que dejar de lado la humanidad y hacer cualquier cosa aunque choque de frente con su ética y su moral, ya que, en esa larga marcha, todos van contra todos, convirtiéndoles en depredadores en la victoria del más astuto sobre el más fuerte, ya que aunque se van haciendo grupos, están vigilados por unos militares que aunque tienen entre sus motivaciones principales dar comida y agua a los participantes, también se ocupan de "liberar" a quienes intentan hacer algo no permitido o se quedan rezagados.
En este contexto, nuestro protagonista, Ray, un chico de 17 años elegido entre estas cien personas que deberán llevar a cabo la caminata, y con las conversaciones que entabla, las amistades y enemistades que crea a lo largo de la marcha, hace entrever que las cosas no siempre fueron así, que no se sabe exactamente quién instauró este sádico concurso y deja claro que todo lo considerado democrático se ha perdido a manos de un Líder, una especie de Gran Hermano orwelliano.
Obviamente, acercándolo así a la cultura actual estadounidense, el concurso está retransmitido por televisión y es, de hecho, uno de los grandes hitos de la misma. El espectáculo no es quien llega al final, porque sólo se lleva la vida y los premios conseguidos. El espectáculo real es contemplar la muerte de los otros noventa y nueve.
A pesar de que el amigo que me lo recomendó lo hizo para que profundizara más en la bibliografía de King, ya que, aunque me gusta, reconozco que no he devorado toda su obra, algo que, por ejemplo, sí me ha pasado con otros autores; me dijo que no daba especial miedo y que lo podía leer de noche, siendo las únicas horas en las que puedo leer con cierta concentración últimamente, pero lo cierto es que sí que hubo momentos en los que tuve que apartar la vista del libro, porque, la verdad, soy bastante aprensiva en lo que se refiere a estos temas.
A veces me cuesta imaginarme a King en estos derroteros distópicos —bajo mi opinión— y me ha resultado agradable saber que la imaginación de este hombre sigue siendo tan prolífica como siempre, y que, aun en sus inicios, como se trata de este libro, ya era retorcido hasta decir basta y capaz de hacer temblar hasta al más firme en las convicciones de resistencia.

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