A veces estoy un poco cabreada y me da un poco de miedo que se me note aquí, principalmente porque no sois el objeto de mi enfado y porque tampoco cabe. Y cuando me cabreo conmigo misma y en general, y quizá por eso necesito enfocar de vez en cuando ese enfado a algún libro.
Imagino que necesitaba una catarsis y, además de rendir homenaje a Ernesto Sábato, un grandísimo escritor argentino, desaparecido recientemente, encontré en esta metáfora de la persona y, en última instancia, del alma humana, la mejor forma de liberarme a mí y a mis pensamientos. Una crítica pura a todo aquello que corrompe con tintes de novela policíaca que, reconozco, me cautivó desde el primer momento, ya sabéis mi afinidad hacia este tema.
Juan Pablo Castel, un pintor, se confiesa asesino de María Iribarne, y expone sus razones para este asesinato aun a sabiendas de que nadie, salvo la asesinada, será capaz de comprender sus motivos para llevarlo a cabo.
Creo que este fue el primer golpe que me dio Sábato. La bifurcación, si se me permite, que hay en esta confesión. Fue lo primero que me empezó a convertir en alguien que comienza a plantearse cosas. ¿La mata porque es la única que la comprende y la teme? ¿la mata porque la quiere sólo para sí, que no comprenda a nadie más? ¿la mata porque lo necesita para luego explicarse, aunque luego comprenda que ha entrado en un bucle infinito del que no saldrá porque nadie le va a comprender y la única que le comprendía murió bajo su mano?
A partir de aquí, el nudo se convierte en explicación.
Trata de poner al lector en todas las perspectivas, contando la historia casi desde el principio. Cómo la conoció, por qué se sintió atraído y cómo llegó ella a convertirse en la persona que más le entendía, en la única que acepta esa humanidad extrema del pintor.
Es tremendamente sórdida.
Es una historia tocada por la muerte en cualquiera de sus formas, pero, sin embargo, y dado lo tétrico que a simple vista puede parecer, a mí me resulta una alegoría de la vida, como una guía del extremo al que, bajo ninguna circunstancia, debemos llegar, pero para eso se requiere una fuerte introspección. Es, como digo, una mano tendida a la catarsis personal, a la lucha por el cambio y a la nueva visión del mundo.
Lo único que me desconcierta, y no sé si era el fin del autor, aunque lo supongo, es que, al final, acaba consiguiendo que hagas lo que critica, el análisis exhaustivo y la búsqueda de la pura lógica para liberarte. Quizá no era más que una pequeña burla, la última broma de la novela.
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