De nuevo Terenci Moix nos lleva al Antiguo Egipto, pero esta vez nos arrastra a la herejía de Tell el Amarna desde el punto de vista de Keftén, un pintor que tras la masacre de su pueblo natal cretense se ve acogido en la niñez por el faraón y crece como igual al futuro faraón Amenhotep IV, más tarde conocido como Akenatón, y junto a Nefertiti, la bella que llegó.
Tras volver a su hogar en Creta y algunas crecidas del Nilo, es requerido por la corte para decorar la nueva ciudad, Aketatón, y allí descubre que las cosas han cambiado, mucho, demasiado tal vez, en una sociedad como la egipcia. El fanatismo religioso ahora inunda cada calle de las Dos Tierras, no hay lugar para los antiguos dioses, que se ven relegados y olvidados, encuentra que tiene un hijo que está cumpliendo con el noviciado de Atón y que Nefertiti, más bella que nunca, es aún más terrible en lo que respecta a la religión que su esposo.
Lo efímero se hace patente en la epidemia desconocida que ataca la ciudad y la puebla de muerte, y esa muerte no deja escapar siquiera a la familia real, pareciendo ser enviada por los antiguos dioses.
Muere Akenatón, y Nefertiti, aferrada a los nuevos dogmas monoteístas, maneja los hilos para que sea su hija y Tutankatón, después conocido como Tutankamón, los que continúen con la herejía, pero lo que parecía estar bien atado se deshilacha como una antigua tela, puesto que Atón se olvida para dejar paso a Amón, y con él, la vuelta a los antiguos dioses. Nefertiti, desencantada y traicionada, decide morir sola, y Keftén vuelve a Creta, donde se le presentarán diferentes situaciones, incómodas algunas, con su hijo, dudando de si el sueño de volver lo inundó todo cubriendo a la realidad con su manto.
De nuevo Moix nos hace amar lo antiguo, acercándonoslo de forma que casi se puede acariciar con los dedos, sin dejar de lado el recapacitar sobre lo vivido y lo soñado, lo pasado y lo presente y lo que se puede obtener de ello.
Dejarse atrapar por las hojas de esta novela es, a mi parecer, una fantástica forma de descubrir lo ajeno, y el calor que reina en estos días contribuye a dar un paso más allá, a introducirnos en la vida de los adoradores del Sol, pero recordad, los fanatismos son odiosos y dañinos, y, por desgracia, no siempre tan efímeros.
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