El título de esta novela va de la mano cogido al escándalo que supuso en su época y el que sigue desencadenando en la actualidad.
Escrita por el Marqués de Sade, Justine no es sólo una novela erótica como se puede pensar.
No es sólo una compilación de —a ojos de algunos— obscenidades o situaciones sexuales.
Justine también se conforma de la justificación de estos actos, por lo que podría decirse que, a pesar de lo que parezca, pretende ser una especie de monólogo interior o autoconvencimiento de una situación, en cierto modo, depravada; un modo de presentar al lector las motivaciones para esos hechos y purgar, de alguna forma, todos esos pecados.
No deja de ser también una metáfora en sí misma, puesto que la protagonista se identifica con la virtud o con la candidez, y es el sistema, los libertinos y el vicio, los que la corrompen hasta los extremos más brutales.
Justine y su hermana Juliette son, en sí, antagonistas, mientras que Justine es la virtud más pura, Juliette es la depravación personificada. Juliette tiene éxito en su vida con un buen matrimonio —ya se sabe, la época— mientras que Justine, a pesar de su obcecación, muere sin haber obtenido recompensa y muere de una forma absurda, pero el narrador concluye que, quizá, la recompensa esté en la otra vida.
La crítica a la sociedad y a la religión se hacen patente a lo largo de todo el relato y es en este punto donde radicó su éxito, al margen del morbo que pudiera producir en un colectivo de gente y un entorno tan conservador como el que le sirvió de cuna.
Leer relatos como este permite plantearse muchos puntos acerca de todo lo que nos rodea y constituye un interesante ejercicio de conocimiento.
Yo os animo a que lo hagáis.
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