Hoy lo que traigo es otra lectura de instituto.
Diréis que qué pesada, pero yo no tengo culpa de que Sara, mi profesora, fuera una fantástica docente además de elegir libros que, por una causa u otra, me han marcado de tal forma que aún hoy, años después, sigo recordándolos, hasta el punto de que si hoy soy filóloga es por ella y por su forma de enseñar.
Uno de los que más me impactó fue precisamente esta obra de Camilo José Cela —amado y odiado a partes iguales, y no sin razón, aunque no hay que negar que su dominio del vocabulario y de la gramática era excelso—.
Es su crudeza la que impacta, la que golpea brutalmente. La sola escena del cruce de caminos y el perro ya constituye algo que, sangriento, determina y esclarece la realidad del protagonista. Pascual Duarte es un fruto de las circunstancias, a mi parecer.
Es su origen, su entorno y el pasado de sus padres, inmediatamente superiores e influyentes, lo que le construyen desde el nacimiento. Su vida es un camino de sordidez que justifica una vez encarcelado en un estilo que, de golpe, viene a recordar al Lazarillo de Tormes más puro.
Este retrato rural, realista hasta las últimas consecuencias, no es sino reflejo de una sociedad mermada y diezmada, analfabeta y cruel, producto de las convulsiones sociales y de las vilezas de las mismas. Es la extrapolación de la picaresca a los años de los cambios de gobierno, moralizante y pesimista, el reflejo de una sociedad que no ve un futuro mejor en el horizonte, y son las desgracias que acechan tras la vuelta de la esquina a los habitantes de ese mundo cruel las que les impiden medrar y cambiar su sino. Un determinismo marcado por sus ancestros que no consiguen evitar ni hacerse hombres mejores que ellos.
Yo, además de ser un fantástico ejemplo del tremendismo que se encuentra en el estado embrionario pero plenamente desarrollado, lo que destacaría de esta novela es la facilidad con la que la sociedad acepta una violencia que es el pan de cada día, de una u otra forma, en cualquier circunstancia. El problema que veo es que volvemos a acostumbrarnos a cosas así, y no es bueno.
La fantástica caracterización de los personajes, en los que incluso encontramos rasgos del habla propios de la zona, no es menos mencionable, al contrario, constituye una fantástica muestra de lo que llegaría a ser el género y de la explotación de situaciones que puede conseguirse a través de las palabras para mejorar el ambiente en el que se prodigan los personajes que construimos.
Es cruel, pero me gusta.
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