30 de agosto de 2021

Por trece razones, Jay Asher

Hace unos años estuvimos una de mis primas y yo recomendándonos lecturas mutuamente —me hizo superfeliz, lo admito—, porque le pasa como a mí, gran parte de su mochila iba llena de libros, y en un momento dado salió este de Jay Asher que, aunque como me comentó está destinado a un público juvenil, las etiquetas que los adultos ponemos no tienen por qué limitar más allá de lo que nosotros mismos dejemos que nos limiten. 
Hannah Baker es una chica adolescente que toma la terrible decisión de suicidarse, y decide, antes de hacerlo, convertir su nota de justificación en unas cintas de cassette que hace llegar a trece personas de las que quiere que oigan su historia. 
Una de estas personas es Clay Jensen, un compañero suyo de clase que, un día cualquiera, encuentra una caja a su nombre con siete de estas cintas, con la intención de que una vez las oiga, las pase a más gente para que sepan lo que pensaba y cuál fue su motivación para esa decisión una vez ha perdido toda esperanza. 
Sin embargo, estas peculiares notas de justificación, más que pretender enseñar a las personas destinadas que no hagan tal o cual cosa, es un poco una acusación implícita de que ellos, de una forma u otra, son causantes de todo el dolor que ha padecido y ha acabado llevándola a matarse. 
Como una pequeña venganza póstuma bastante cruel, la verdad, aunque para ella no menos cruel de lo que ha padecido. 
La cosa aquí es que lo que va explicando la desconcertante voz de Hannah, tan desconcertante como escuchar a una chica que ya ha muerto y encima por esas causas, a simple vista no parece tan grave. Son pequeños detalles, otros más grandes, claro, que van llenando un vaso de desesperación y que, una vez llega al borde, se derrama haciendo que decida morir. 
No nos paramos a pensar en las consecuencias de lo que hacemos, quizá yo sea la primera que no lo hace, pensamos que, tal vez, un acto de broma no puede ser tan malo, pero no nos damos cuenta de que a la otra persona le puede afectar hasta el punto de querer desaparecer para siempre, sin esperar a ver si cambian las cosas, posiblemente convencida de que es un ciclo y de que continuará aunque intente evitarlo. 
Aunque es un poco trágico el libro, y no hay más que ver la historia de la protagonista, me parece que es bonito. 
Me recordó, en cierto modo, a «Campos de fresas» de mi queridísimo Jordi Serra i Fabra, porque poniéndose en lo peor da un toque de atención muy fuerte a chicos, entorno e incluso a padres que quieran hacer llegar este libro a sus terribles adolescentes. 
En esas edades creemos que lo sabemos todo, que somos adultos y que nada va a afectarnos, y es precisamente lo contrario, y pienso que la lectura es una buena forma de llegar sin presionar —directamente al menos— a unos jóvenes en plena efervescencia hormonal que se toman todo a mal aunque sea por su bien.

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