No sé si alguna vez os lo había comentado, pero a pesar de que estoy bastante satisfecha con mi recorrido en lo que respecta a la Filología Hispánica, mi gran espina clavada es la Historia, en casi cualquiera de sus formas, y por eso, relativamente a menudo, os traigo obras de esta temática o, por lo menos, relacionada con ella en mayor o menor medida.
Hoy le ha tocado a uno de los grandes que guardo, un clasicazo de Marguerite Yourcenar.
Escrita en forma de una larga epístola, es el recuerdo de Adriano, uno de los hispanos que alcanzaron el más alto cargo político del Imperio Romano, hecha palabras desde la decadencia, desde la senectud que le resultó especialmente quejumbrosa y patética para quien había llegado a todo y ahora no era nada.
Es curioso cómo oscila entre la novela y la realidad en el sentido de que parece que es el mismísimo Adriano quien dicta a Yourcenar su vida y su declive. Algunos me diréis que precisamente este es el propósito de la novela histórica y de las «autobiografías», pero no es fácil hacerse uno con el personaje, menos cuando es uno de tanta trascendencia en la propia Historia y, a mis ojos, muchísimo menos conseguir que guarde la precisa verosimilitud para que el lector realmente piense que está ante una autobiografía.
Yourcenar nos hace un espléndido viaje a través del tiempo, en el que describe con sus frases la Roma de otro tiempo, frívola y a la vez cargada de un fuerte sentido político y competitivo.
Creo que es precisamente la conveniencia de este mundo de escaladas y la vida que, públicamente en Roma y en la época, se proclamaba como la mejor y necesaria, rural y pura, por decirlo de alguna forma, y, a través de esta pureza, feliz, la que se pone en entredicho en la confesión del emperador, como si en sus palabras se entreviera que, quizá, no le habría merecido la pena tanto sacrificio en pos de la política salvaje y todo lo que conlleva.
Esta novela no es fácil en el sentido de que carece de diálogos, como digo, es una novela epistolar, y obviamente esto dificulta las cosas para que exista el dinamismo propio de la interacción de personajes, pero una vez te sumerges en el mundo clásico, en las traiciones y en los vaivenes de un Imperio que una vez dominó gran parte del mundo conocido y que, por suerte o por desgracia, poco a poco iba resquebrajándose, dejando su esplendor aparcado en la oscuridad que le sobreviviría, disfrutas de los pequeños detalles, de la densidad propia de este género y de la excepcional prosa de Yourcenar que, en ocasiones, logra convertir casi en poesía los oscuros avatares de la Historia.
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